Llevé al Saltimbanqui a un ensayo.
Corrió, brincó, jodió. Casi al final, le di mi libreto y le dije:
-Dirige. El movió el brazo como dando indicaciones y les dijo con mucha seguridad algunas incoherencias a los actores (igual que hago yo, supongo) Sentí mucho orgullo. Sé que uno no puede imponerle la vocación a los hijos, pero qué genial sería que hiciéramos teatro juntos. Estoy convencido de que él llegaría a superarme.
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