Busqué al Saltimbanqui a la escuela. Les
pasamos por el lado a unas muchachas que deben estar en noveno o décimo grado.
-Adiós, Saltimbanqui.
-Despídete de la chicas- lo aliento, para
que sea educado.
-Adiós- les dijo.
Luego de unos pasos me dijo:
-No
le pude dar la mano.
-¿Y por qué?
-Porque en una mano tenía la lonchera y en
la otra la tuya.
Me sonrío por la ocurrencia. Con
curiosidad le pregunté:
-Y cómo es que esas chicas te conocen.
Ellas son muy grandes.
-Porque se enamoran.
-¿Qué
se enamoran?
-Sí y yo le doy besitos en el cachete.
-...
No sé de dónde es que él es tan desenvuelto
con las chicas, a su edad yo era muy tímido. Y su madre también.
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