viernes, 4 de diciembre de 2009

Socializar

Ansioso, esperé tu llegada. El lugar estaba repleto. Entonces, apareciste con traje blanco de flores anaranjadas, amarillas y azules, con ese aire de mujer segura y de mirar distraído, encendiendo mi ilusión. Me moví estratégicamente entre la gente para que verte mejor y para que tú me vieras. Para que si te interesaba acercarte, pudieras hacerlo todo más fácil y natural. De reojo miré cuando estabas absorta en una conversación con alguna conocida. Después de variar la ubicación por tres ocasiones, por fin coincidimos. Te dije un comentario obligado sobre tu traje, por aquello de ser gentil, galante y hasta pícaro. Pero como siempre, lo tomaste por otro lado. Contigo nunca sé articular un cumplido para que lo recibas como debe ser: con agradecimiento. Es que somos tan distintos. Pero eso no me desanima. Al contrario, tienes un algo que me resulta muy cercano y que me atrae a ti. Es como si nos conociéramos desde siempre. Esto a pesar de que pensamos distinto, vemos y vivimos la vida en direcciones opuestas. Creo en la gente, tú sospechas de ellos. Pero a pesar de esto, me permito pensar que hemos llegado a entendernos. Es como si voluntariamente hubiésemos elegido habitar en alguna especie de tierra neutral donde esas diferencias no nos importan tanto.
Amistades se te acercaron y volvimos distanciarnos momentáneamente. De pronto, en esa espera de estar bien ubicado sólo para cucarte y tú no dejarte cucar, comprendí que estaba realmente aislado en ese lugar. Ninguno de los presentes se me acercó para hablarme. ¿Cómo era posible que yo, que había organizado esa actividad para unir a la comunidad, para que todos tuvieran un sentido de pertenencia, tuviera a una persona al lado para soltarle cualquier comentario sin importancia? De repente sentí que el lugar se encogió al igual que mis deseos de seguir allí.
Y fue entonces cuando comprendí que no pertenezco a este lugar, a ese mundo: tú mundo. Por eso, en el otro instante que coincidimos, en el que repentinamente llegó un extraño a hablarte con más motivación y recursos persuasivos que yo, y en el que quedé irremediablemente excluido de la conversación, entendí que debía marcharme del lugar sin ni siquiera despedirme. Todavía no me repongo de cómo tú tampoco notaste o no te importó mi ausencia.

No hay comentarios:

Publicar un comentario